miércoles, 16 de marzo de 2011

El Tercer Pantalón


Llega un momento en la vida de todo hombre, al menos uno como yo, en el que por razones de autoestima, de franca conquista o de simple salubridad, debe comprar un tercer pantalón.

No es tarea fácil, lo confieso. Y hoy entiendo a todas aquellas mujeres que son capaces de ir de tienda en tienda a lo largo de un centro comercial mirando, probándose y escogiendo cuidadosamente las prendas que han de agregar a la colección en su armario. Las entiendo porque, luego de meditarlo por un tiempo, he llegado a la conclusión de que nunca es bueno sucumbir a la primera opción; esto aplica para la foto de la cédula y para el primer amor también.

Intuyo que, en ellas y en mí, la decisión de ir a varios almacenes no obedece a las mismas motivaciones puesto que mientras que en mi caso los elementos fundamentales son el precio y la sonrisa de la niña que atiende, en el caso de ellas, aunque ignoro todo lo demás, con seguridad el precio nunca será un motivo de peso.

Sin embargo y pese a esta brillante teoría de la motivación que expuse, debo aceptar que en mi caso las elecciones se definen por la imposición de un motivo superior: la flojera, desechando así cualquier otro argumento y trayendo como resultado el ingresar sin mayor reparo a la primera tienda que encuentre y no salir de allí hasta haber comprado lo que buscaba, es decir diez minutos después.

Entro a la tienda entonces y pregunto por un pantalón. La señorita que atiende me trae tres modelos distintos exponiendo las ventajas de estilo, moda y tendencias de cada uno. Yo en cambio, fingiendo escucharla, esculco con esmero sus etiquetas con los precios. Cómo no me parecen significativamente diferentes y cómo los tres dicen hechos en Medellín, escojo el más barato. Y esto debería ser el fin de la historia.

Pero con lo que yo no contaba era que, la ávida señorita que disfraza su reales intenciones bajo el manto de una voz dulce y una carita de ángel, se viniera lanza en ristre contra mi: señor tenemos además camisas, bermudas, polos – No gracias; camisetas, boxers, medias – No gracias; pañuelos, gorras, billeteras – No gracias, ya tengo; lociones, llaveros, mentas – No gracias señorita, según mi amigo Hans, la menta adormece al león. Cualquiera que haya pasado por esa amarga experiencia podrá imaginarse sin dificultad la evolución de mis gestos ante cada arremetida.

Y lo que debieron ser diez minutos, absurdamente y a fuerza de ofertas y negativas, terminaron convirtiéndose en cuarenta minutos que nunca más recuperaré. Y es por esas razones que un hombre, al menos uno como yo, lo piensa dos o más veces y no por capricho, antes de ir a comprar un tercer pantalón.

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