miércoles, 23 de marzo de 2011

Dos Pequeñas Victorias


Es un hecho: las decepciones perduran en el recuerdo por mucho más tiempo y con mejor definición que los momentos agradables. Es un reflejo involuntario que deja ver que el ser humano está hecho para sufrir; la felicidad a la larga nos incomoda.

La felicidad y el triunfo no encajan nunca del modo correcto en nuestras vidas, nos dejan un sinsabor, una zozobra permanente, un eterno desasosiego. Curiosa contradicción: nos sentimos mal cuando la alegría no se matiza con generosos toques de amargura. Fíjese usted que cuando todo marcha bien, es decir, cuando en un peaje no le devuelven billetes falsos, o cuando la persona que ama aún no le ha sido infiel y cosas de ese tipo, algo en nuestra naturaleza reacciona de modo instintivo plantando una espina de metódico pesimismo justo en el centro de placer del cerebro. No es irracional ni incoherente esta reacción, son miles de años de evolución que le han dictado al cerebro que del optimismo lo único que queda es desilusión.

Es tan espontáneo y a la vez tan incómodo este sentimiento, que para poder expresarlo es necesario apartarse de la realidad y acudir a artilugios artísticos. Por ello lo que se considera trágico o desalmado en la vida cotidiana, termina siendo un éxito de taquilla en las salas de cine. Esa es la explicación para que las películas en las que el protagonista tiene un desenlace trágico sean siempre las favoritas para ganar en los premios de la academia, salvo algunas excepciones para intentar convencernos, de golpe, que nosotros los humanos somos de corazón noble. A estas alturas tal vez ya se imagina cual es la razón de por qué Russell Crowe, Máximus en gladiador, le arrebató a Tom Hanks por Náufrago, el premio al mejor actor.

La verdadera vida consiste en molerse a golpes y al final salir perdiendo. Así es la vida, así es el amor, una eterna pelea perdida. Es por eso que mi peleador favorito nunca fue “El Happy” Lora a pesar de sus éxitos cosechados y de su plácida y “happy” vida en su finca ganadera, sino el lado reverso de la misma moneda: Antonio Cervantes “El Kid” Pambelé.

Pambelé, el héroe de mi padre y que tiempo después heredé a través de la revista Ring, es la personificación perfecta de lo que digo. Conseguir la gloria sólo con la fuerza de lo puños, para perderla luego del mismo modo; no hallo nada que sea más poético y natural.

Encuentro que usted y yo no somos diferentes al “Kid”, vivimos embriagados de nuestras glorias pasadas pero recordamos nítidamente el momento justo y el lugar preciso en el que nos cayó cada golpe certero, recordamos cada revés, cada caída, aunque testaruda e ingenuamente finjamos que no; y aunque cueste admitirlo, de ser posible, entregaríamos dos de nuestras pequeñas victorias a cambio de llevar a cuestas una derrota menos.

Todo eso, claro está, en caso de que se cuente por lo menos con dos pequeñas victorias.

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