lunes, 22 de octubre de 2012

La vez que vi a Pambelé

La vez que vi a Pambelé
Cuando al espigado y flaco compañero de softbol de mi padre, Euclides Moreno, le llevaron el plato de sancocho esa tarde, luego de una larga jornada de dominó y cervezas, y al mirar que de la sopa sobresalían amenazantes las dos patas de la gallina con todos sus dedos, no tuvo otra reacción que decir con su profunda voz de barítono: “Parece la guardia de Pambelé”.
Mi padre, que era un hombre rabiosamente caribe, consideraba al béisbol y al boxeo como los únicos deportes del mundo. Al béisbol íbamos todos los domingos para ver jugar a los Indios de Cartagena; el boxeo en cambio era más difícil de seguir por las limitantes tecnológicas y televisivas de la época; por ello sin falta mi padre compraba todos los lunes la revista Ring desde antes de que yo naciera y las iba apilando en una improvisada biblioteca de muebles de bambú que además contenían las obras que él consideraba dignas de ser leídas: desde Dostoievski y Nabokov, pasando por Isabel Allende y Borges hasta Cepeda Samudio, Gabo y el tuerto López.
Fue entre esos muebles de bambú donde vi por primera vez la foto en blanco y negro de Antonio Cervantes “el kid” Pambelé en la portada de una de las revistas. Erguido, de guantes blancos, con musculatura perfecta, mirando a su rival tendido en la lona del cuadrilátero y con el titular que decía: Antonio “kid” Pambelé obtiene el primer título mundial de boxeo para Colombia. La pelea tuvo lugar el 28 de Octubre del año 72, un día después del cumpleaños de mi padre y hoy, que reviso los datos, puedo entender por qué fue su gran ídolo. De las 104 peleas profesionales que hizo, ganó 91, 44 por nocáut, defendió 18 veces el título mundial y está en el salón de la fama del boxeo. El ídolo de mi padre es mi ídolo también desde antes de conocer esos números impresionantes. Por eso digo con frecuencia que mi héroe de infancia no usaba capa ni superpoderes, sino guantes de boxeo y volaba de vez en cuando.
Pero la vez que en realidad lo vi fue en aquel domingo 30 de Octubre del 88 en el estadio de béisbol en que los Indios perdían por amplio margen y mi padre que no soportó la tristeza abandonaba el juego en la séptima entrada llevándome de la mano. Justo al salir oímos el estruendo de gritos y silbidos desde las gradas más altas del estadio y una andanada de piedras rebotando sobre las paredes y cayendo al piso. Fue allí que lo vi. A 30 grados centígrados, sin el semblante y aspecto magnífico de aquella portada, sin la pegada recia de otros tiempos, con un traje entero de paño negro, con una camisa blanca manchada, los zapatos sucios y una corbata negra mal anudada, presumiblemente embriagado de ron y humo y de la nostalgia de ya no ser el gran campeón de aquel 28 de Octubre; lo vi defendiéndose a pedradas de las burlas que le lanzaban desde lo alto del estadio.
Estando a poco metros, y aunque ya no tenía la misma guardia que vio Euclides aquella tarde en su plato de sopa, mi padre le gritó: “Oye champion, baja la guardia, baja la guardia”. Pambelé caminó hacia nosotros con pasos erráticos y una vez que estuvo cerca con la mirada extraviada de tanto humo y con las palabras teñidas de alcohol, articuló en su voz de gigante palenquero: “que champion ni que hijueputa, en estos días estoy que no llego ni a Antonio siquiera”.