lunes, 11 de febrero de 2013

Eruditos de cartón


Hay dos cosas que me molestan en los hombres. Fueron más o menos las palabras que me dijo la bella y aguda observadora.

La primera, más o menos en sus palabras, es que los hombres viven los viajes por tierra en términos de kilómetros por hora, de cantidad de combustible, de peajes, de policías en la vía, del estado de la carretera y, sobre todo, de cuánto se demoran en ir de un sitio a otro; la velocidad. Nunca detallan, agrego yo, en aspectos como el paisaje, los pueblos, transeúntes o habitantes; estos son simplemente otros elementos ineludibles en la ruta.

La segunda, más o menos en sus palabras, es que en cuanto a la música, a los hombres les parece muy importante conocer los datos biográficos del intérprete, el álbum, el compositor, el año de grabación e incluso las historias secretas detrás de cada canción. 

Estoy de acuerdo, sobre todo con la segunda afirmación. Yo he caído varias veces en ambas conductas y creo que no he sido el único. Ahora caigo en la cuenta: no veo cómo puede mejorar (o empeorar) la obra de García Márquez el hecho de conocer el origen de la palabra Macondo; no veo cómo puede mejorar (o empeorar) la obra de Bela Bartok el hecho de que sea el compositor favorito del Nobel Colombiano; no veo cómo puede embellecer (o estropear) Las Cuatro Estaciones de Vivaldi el hecho de saber a qué estación corresponde cada movimiento; no veo cómo puede mejorar (o empeorar) los arreglos de trompetas de Richie Ray el hecho de saber su nombre de pila completo; no veo cómo La Cuna Blanca de Raphy Leavitt puede ser una mejor (o peor) canción por el hecho de que sea inspirada en Luisito Maisonet, trompetista fallecido en un accidente que tuvo con Raphy. no veo cómo.

Muchos de los que decimos ser conocedores, al escuchar una canción de nuestro interés podemos citar la información del álbum, cantante, arreglista y hasta la nómina completa de la Orquesta que la interpreta. Es decir nos conviertimos en conocedores de las arandelas, de los detalles adjuntos, pero no de la obra misma; eruditos de la envoltura. Saber la cifra exacta de las copias que vendió el álbum Thriller de Michael Jackson, no lo hace a él mejor artista (o peor) ni a usted un mejor conocedor de la música. El contexto histórico, sentimental, económico o social si bien son los elementos inspiradores de la obra (la musa, si se quiere), hay que convenir que no hacen parte del lienzo o de la partitura; es decir, son elementos externos a la obra, y aunque en plena medida son inseparables de ella no implica que esto necesariamente le agregue o le quite valor estético, porque una obra de arte -cualquiera que sea y por encima del mensaje- es ante todo una expresión estética.

Por ello considero inadmisible que el valor estético de una pieza musical o de una pintura dependa de los elementos que menciono, o de cualquier otro elemento. Una obra de arte debe defenderse por sí misma, mostrarse con la sinceridad desnuda de lo que no necesita explicación ni motivos, hablar por sus propios medios, sin interlocutores. No puede ser que un observador o un escucha no halle todo lo que necesita sólo con ver la pintura o con sólo escuchar la música. 

Descuidando así lo importante, nos hemos vuelto eruditos de lo externo, de la envoltura, del empaque. En fin, eruditos de cartón.

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