lunes, 21 de abril de 2014

Monólogo de un champetúo ilustrado

No te atrevas a interrumpirme porque vengo emputao y, cuando me emputo, mi vale, se me da es por hablar. Es que ese es el problema, creen que un champetúo no puede ser conocedor, y se equivocan. Nadie conoce mejor que yo los rincones de la media luna y sus putitas arrabaleras, cada uno de los callejones del barrio chino y las esquinas de mala muerte de Olaya. Que lo mismo cuesta entrar al parque del centenario que a la biblioteca pública, ni un peso, mi llave; y salen los cerebritos creyéndose la gran vaina porque leen un libro o dos. Para que lo sepas, un libro lo lee cualquiera; pero, mira tú, hay quienes van por la vida posando de tesos por esa sola razón. ¿No sabes lo que es un teso? Te veo mal. Si supieras todo lo que toca hacer en un barrio como en el que yo vivo para ser un teso.


Yo me gano la vida es vendiendo la jugada; si eso es lo que da plata. Quién dijo que el objetivo de uno es joderse el cuero por unos centavos; quién se cree el cuento de que el trabajo dignifica, si hasta a la guarida donde yo me paro a vender llegan abogados, médicos o ingenieros renegando de sus trabajos de mierda y buscando dos papeletas de bazuco o de perico que los anestesie por un rato de esa vida que llevan. ¿Y eso es vida? Gran vida esa: pasar cinco años o más estudiando una carrera para terminar comprando el vicio que les vendo yo, un champetúo, pero tapiñao mi vale porque es tan ruín esa vida que ni les alcanza para dar la cara. Todo lo que se hace a escondidas lleva consigo algo de culpa. Yo hago lo que se me viene en gana y si quiero darme mis toques me los doy, o si quiero fumarme un tabaco de marihuana me lo fumo, y pa’ lante, si al fin y al cabo esa plata me la gano de manera honrada dándole a la gente lo que necesita. ¿O no? Si yo no obligo a nadie, ni trato de convencerlos de nada, ni tengo letrero, ni página de internet. Aquí el que llega a comprar sabe a lo que viene, atraviesan media ciudad para llegar y si no estoy hasta me esperan. Ya quisieran esos infelices tener un trabajo como el mío, que abro cuando quiero, cierro cuando me da la gana y no le rindo cuentas a nadie. Ni a Dios, porque a esta esquina al pie de la ciénaga, que está tan lejos del mundo, ni el camión de la basura llega, y las oraciones se estancan entre la maraña de cables improvisados sobre los techos de zinc.


¿El respeto? La gente piensa que el respeto se lo dan los títulos o la plata; por eso ves tú a tanto hijueputa que va por ahí, andando por la calle como si acabara de comprarla. Y ni quien los baje de ese viaje. Pobres pendejos. Hay otros, los más faltones, que confunden el respeto con el miedo y por eso se la pasan con un fierro en la pretina, porque sin el fierro no son más que otros negros mal vestidos. El respeto es otra vaina mi vale. Yo diría que es algo cercano a dejar hablar al otro, escucharlo atento y, si tiene la razón, otorgársela. Uno aquí hace lo que puede, evitando la mala hora para mantenerse vivo.


Los estudios, mi vale, son en realidad la opción del que no tiene mayores talentos. ¿Quién con un talento como el de Pambelé o El Pibe preferirá andar enjaulado en aulas tristes de profesores que no trascienden más allá de lo teórico y de estudiantes grises cuya aspiración máxima es la nota que le niegan? No señor, no confundas inteligencia con disciplina. Yo aprendí de cuanto me enseñaron en el colegio, que no fue mucho tampoco; leía por gusto lo que me cayera en las manos; me iba a pie a estudiar porque me gustaba y en las pruebas del último año, cuando se aprobaba con 250 de un total de 400, yo saqué 368. Pero eso pa’ qué, si desde los catorce años me gano en una semana lo que un profesional en un mes. Si el objetivo de entrar a una universidad para ser profesional es graduarse lo antes posible para empezar a ganar plata, entonces para qué voy desgastarme en ese paso innecesario. En lugar de eso sigo leyendo de vez en cuando, si me queda tiempo, porque no por champetúo entonces uno es un desocupado; es que la gente vive engañada. Cada tanto, cuando me embalo, vuelvo a las páginas del quijote; que no sé como será en los demás pero en mi caso esa es la única forma de entrarle a esa pared. Además, las páginas ya leídas me sirven para envolver los tabacos de marihuana que vendo; por eso, con risa, siempre digo que aquellos flacos descamisados que ves en aquella esquina han devorado más letras que cualquier literato.


Son solo dos los requisitos que pido: la cédula y la plata. En ese orden. Porque uno puede ser champetúo y ácido pero no hijueputa. Lo que no hacen en casa no se lo voy a resolver yo, aunque se sabe que eso es caso perdido cuando se meten de lleno en el viaje; pero por esas extrañas gomitas de azúcar con las que la conciencia se conforma, duermo más tranquilo si el que me compra ya es mayor de edad. Conmigo o se es indocumentado o se es feliz, pero no las dos cosas. Porque, aquí entre nos, lo que yo vendo es alegría; efímera, pero alegría al fin y al cabo. Y solo por eso sé que hago más que un poco.


El pobre de por aquí, a diferencia de lo que la gente cree, no vive con hambre; vive con rabia. Y eso a la postre es lo que lo jode a uno. Aquí la gente atraca más por resentimiento que por necesidad. Seguro viejo man. Donde le diga. Lo que pasa es que los intereses de cada pobre son distintos, pero los estudiosos de cartón insisten en meternos a todos en el mismo saco. Aunque al final eso tampoco sirve para un carajo. Digo, para qué tantos estudios y palabrerías si al final el progreso tampoco llega hasta acá. Por estos lados la política no tiene efecto, solo votos; aquí tenemos nuestra propia república bajo nuestras propias reglas. El político llega hablando monserga y la gente se alegra; pero no porque venga a darles comida, cemento o tejas, sino porque por un día les cambia la rutina a los que viven hastiados del solo chisme y la brisa monótona y nauseabunda. El tombo que se mete hasta acá, el policía digo, no infunde un respeto mayor que el ilusorio que le da el arma que lleva en el cinto; y ni así mi vale, porque ese tipo tiene que ver bien por dónde es que se mete y con quién.


Ya ni me acuerdo por qué era que venía emputao, pero igual la rabia no se me quita. Eso va como en la sangre, sabes. Pero uno se acostumbra a ella del mismo modo en que se acostumbra uno al hedor de la ciénaga porque llena todo el espacio de estas calles tapizadas de fango. O te acostumbras o te jodes. Simple. A veces salgo al mundo, como le decimos nosotros, y por momentos hasta pienso que el hedor de allá es peor que el de aquí. Basta con ojear el Q’hubo para darse cuenta.


Claro, yo soy negro como mi madre y mi abuela. Hay otros que piensan que dejan de ser negros cuando salen de pobres. Mira tú, lo que no saben es que el pobre sigue siendo pobre así tenga plata. Pero así es esta gente. Párale bolas que el contentillo que se dan algunos es tener menos óxido en el techo del que tiene el vecino en el suyo. Fíjate tú en ese contentillo: el mismo techo de zinc que chilla con el sol del mediodía es el que les moja el alma por las goteras cuando llueve. Se sacan en cara la condición de un techo machucho y maltrecho que nos moja a todos por igual y que no protege del mono. Cuando la vida es poca, la tontería es mucha mi vale. Pero la cuestión no es por plata. Aquí hay negros que se ponen los mismos tenis que Michael Jordan. Esto se trata de otra cosa más añeja y profunda. Estamos hechos de esa misma sustancia con que se tiñe la orilla del miedo porque, aunque guapos, somos inseguros. Ese es el asunto, pero no nos gusta escucharlo; nos fastidia que nos toquen esos temas. Por eso, de este lado del mundo, una de las formas de matar las penas y llevar los problemas es poniendo el equipo de sonido a todo volumen, así el mundo se esté cayendo.


Mi vale, me abro. Para la próxima, además de la cédula, trae plata porque yo no doy muestras gratis. Ya está oscuro. Si a la salida te encuentras con algún brete o si alguno te frentea, dile que vas de parte mía, que todo bien. Y anota en la libreta porque después de la traba todos quedamos como al principio, es decir, un poco peor.

8 comentarios:

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  2. Viejo Guido. Te sobraste con ese monólogo sobre lo que es la felicidad, el respeto y lo que es sentirse bien con sigo mismo.

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  3. "Gracias mi vale; yo le mando a decir al gordo ese que todo bien".

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  4. Esta bacano, lo leí con el acento del flecha.

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  5. Guido, no sé porque esto me puso a pensar un poco en la conversación que tuvimos hace un tiempo... La cuestión es mas de actitud que de título...

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    1. Z, gracias por la lectura. Al final todo termina siendo una cuestión de actitud. La formación es un mero marco de referencia, una introducción. La actitud, en cambio, es lo que empuja al mundo.

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  6. Viejo Guido es el post en Internet mas largo que leído en mi vida! y te doy todos mis respetos y mandale mis saludos y un abrazo a ese champetuo como le llamaste desde la Argentina. Un abrazo parcero!

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    1. Jose, yo escribo este blog con la intención principal de que lo lean mis amigos. Me es grato y a la vez sorprendente que estas pequeñas historias lleguen hasta esas latitudes. Muchas gracias por tus buenos deseos. "Recibe un saludo champetúo, mi vale".

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